En estos años ha cambiado el modo que tenemos de relacionarnos con los demás, de ofrecer mensajes, de llegar al otro. Han cambiado los medios y, por tanto, de alguna manera, han cambiado los propios mensajes. Las gramáticas interpretativas, aquellos códigos que nos permitían no sólo relacionarnos con el otro sino también con el mundo, han modificado sus medios. Y si somos seres en relación, no podemos quedarnos indiferentes a este cambio. El reto de la pastoral con jóvenes ante estas nuevas gramáticas es inculturizarse en este nuevo mundo que ha surgido en los últimos años y que no cesa de cambiar. No hacerlo supone no estar en el mundo con los jóvenes.
Por tanto, un gran reto pastoral en nuestros días es decir la fe de modo culturalmente aceptable y comprensible, redescubriendo el núcleo central y vital de la experiencia cristiana, contando a Jesús a los jóvenes de hoy.
Cuando nos preguntamos cuáles son sus nuevas realidades, sus nuevos modos de entender el mundo, sus nuevos lenguajes, sus nuevas formas de comunicarse… nos reconocemos gestando una nueva pastoral que conecta con ellos, nos sumergimos en su mundo para ver cuáles son las huellas que Dios ha ido dejando y abandonamos la imagen del conquistador para asumir la del explorador.
Creemos que Dios está en el mundo de los jóvenes. Por eso mismo les escuchamos, creemos y sentimos que lo que el joven dice es importante, necesario y esencial, les aceptamos sus desenfoques, sus incoherencias, como ellos aceptan las nuestras, entablamos un diálogo que en muchos casos se convierte en confidencia amistosa.
Los nuevos lenguajes nos lleva a recuperar lo corporal como lugar de encuentro -expresión corporal, danza, teatro, juegos de contacto, aromas…-; lo lúdico-festivo como constructor de grupo y de identidad -juegos de cooperación, de participación, de confianza, de autoestima, interculturales, intergeneracionales, etc.-; lo creativo como hacedor de sueños que ayuda al joven a “subir” un peldaño, hacia la Trascendencia –creando juegos, experiencias, fomentando el pensamiento alternativo, imaginando proyectos, trabajando en cosas nuevas, construyendo mensajes de vida a través de internet, de power point, leyendo, releyendo el evangelio desde distintas claves y perspectivas.
Hay que escuchar bien su lenguaje -música, noche, modas, cine, estilos, estéticas…- para comprender bien su realidad. Nuestra fe, nuestro horizonte de sentido es válido para ellos, aunque sea expresado de otra forma por ellos, porque el proyecto de Dios es proyecto para todos.
No se puede hoy día pensar en la educación de la fe sin integrar en esa educación la dimensión de lo emotivo, de lo sensible, de lo corpóreo... Hemos de potenciar lo sensorial, lo narrativo, lo dinámico, lo emotivo y lo sensacional. Recuperar la capacidad de fascinación -contactar con los deseos y problemas de los jóvenes-. Envolver las ideas abstractas con lenguajes narrativos sólidos y bien trabados -personajes, testimonios, anécdotas, biografías, etc.-. Más que demostrar, justificar o convencer, los jóvenes necesitan que se les cuente, que se les sugiera y que se les implique desde la narración de historias de vida. Utilizar géneros evangélicos como la parábola será indispensable. La palabra más que el concepto, la sugerencia más que la demostración. Debemos ser capaces de narrar nuestra propia historia a vueltas con la fe. Lo que se narra sabe a auténtico, y es más creíble que lo aprendido pero no experimentado. Lo que hemos vivido y lo que vivimos es lo que debemos transmitir.
Álvaro Chordi, en Misión Joven